Emociones y salud

emociones y saludHistóricamente la relación entre emociones y salud se ha centrado en probar que las primeras contribuyen directamente a causar la enfermedad y/o a su progresión. Ciertamente, las investigaciones demuestran que, por ejemplo, la ansiedad o la depresión experimentadas por largo tiempo dañan el sistema cardiovascular y deterioran el funcionamiento del sistema inmunológico.

¿Entonces en qué quedamos? ¿Las emociones negativas son buenas o malas para la salud? La respuesta, como en casi todo lo que a Psicología se refiere, es: depende. Las investigaciones han estudiado por largo tiempo (estudios longitudinales) la respuesta emocional de las personas y han mostrado que quienes consistentemente y por un tiempo considerable experimentan emociones negativas, como la ansiedad y la depresión, tienen mayor daño en su sistema cardiovascular. Aquí cabe otra aclaratoria.

La depresión no es una emoción, la depresión es una enfermedad, un trastorno del afecto que requiere tratamiento. La depresión no es sólo tristeza. La tristeza es una emoción que aparece como respuesta adaptativa a una pérdida. El problema es cuando esta respuesta se hace crónica y pasan los meses y los años y la persona sigue sintiendo la pena. Eso es depresión.

No es nada sabroso sentir tristeza, pero nos permite adaptarnos a la pérdida. Motivacionalmente, la tristeza impulsa a detenerse en la persona, meta u objeto perdido, facilitado así reordenar las metas (Johnson-Laird & Oatley, 1992) y construir planes para lidiar con la pérdida (Consedine & Magai, 2003). El perfil fisiológico de la tristeza es la quietud, lo que permite prevenir conductas de mayor inversión en una causa perdida y promover la conservación de energía (Clark &Watson, 1994). Cuando nos sentimos tristes la expresión de nuestro rostro puede ayudar a que nuestros semejantes nos proporcionen ayuda o auxilio (Frijda & Mesquita, 1994). No, la tristeza no es mala ni dañina, es dolorosa y adaptativa.

El caso de la ansiedad es similar. No es lo mismo estar ansioso que ser ansioso. En el primer caso se trata de una respuesta puntual, transitoria, a una situación particular. En el segundo estamos ante la presencia de una respuesta permanente, estable, que afecta de manera importante la vida del sujeto y que puede tomar la forma de alguno de los trastornos de ansiedad (ataques de pánico, fobias, ansiedad generalizada, entre otros). Esta ansiedad como rasgo es la que se describe como causa de enfermedades cardíacas (Kubzansky et al., 1997).

El papel de la ansiedad, y del miedo, es facilitar una respuesta rápida ante una amenaza. Para ello el cuerpo se prepara mediante la activación del sistema nervioso simpático, para la pelea o para la fuga. Si su cerebro evalúa que usted puede manejar la amenaza, se quedará y peleará, pero si cree que no tiene recursos para afrontarla entonces huirá para preservarse. Ahora bien, la respuesta de excitación (la activación del sistema nervioso simpático) es adaptativa en respuesta a amenaza en el corto plazo, pero puede tener consecuencias negativas a largo plazo. La excitación ha sido vinculada con la producción de corticoesteroides (Krantz & McCeney, 2002), particularmente con el cortisol, el cual tiene un efecto inmunosupresor y puede causar “desgaste” sobre las arterias (Baum & Pozluszny, 1999) o cambiar los procesos de coagulación en coronarias (Krantz & McCeney, 2002).

Cuando la ansiedad o el miedo, se da bajo la forma de una respuesta rápida o puntual, puede ser beneficiosa. Así por ejemplo una mayor preocupación por el cáncer está asociada con que la persona se realice pruebas de detección temprana (Consedine et al., 2004). La respuesta de ansiedad promueve la búsqueda de información relevante a la amenaza, la creación de planes para evitar o escapar y la realización de conductas para reducir la propia respuesta de ansiedad.

Así que la próxima vez que le adviertan que no se ponga triste, bravo o ansioso, recuerde que la cuestión es aprender a gestionar sus emociones y ponerlas a trabajar en favor de su salud.

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